Seis meses más tarde me he atrevido a abrir la caja. Esa caja donde guardo 8 intensos meses de mi vida plasmados en recuerdos. En 262 mensajes de texto escritos a mano en un cuaderno, un collar playero de conchas bañado en su colonia y la pulsera que él me regaló. No sé ni por qué lo he hecho, pero he sentido la necesidad. No puedo decir que le eche de menos. Somos de esas parejas (o ex-parejas, no sé como estará mejor dicho) que han pasado mil cosas, se han dicho de todo y han terminado siendo amigos. Tal vez por la distancia, tal vez por los recuerdos o por pura inercia, qué sé yo. El caso es que ahora estamos bien. Bien en el sentido de que soy una amiga más. Alguien en quien confiar, a quien contar el día a día y quien pedir consejo. Y no pasamos de ahí. Soy el toque de sensatez a su vida de fiestas y desenfreno, y no lo digo por alimentar mi ego. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que somos muy distintos, que las cosas entre nosotros no son de color de rosa, y aunque no compartamos un millón de ideas, sé que el día que lo necesite puedo contar con su hombro, y hoy por hoy, eso me basta. Cada vez que hablamos terminamos luchando por ver quien es más cabezota y son cientos las veces que he querido mandarle a la mierda, pero luego tiene esos detalles que nadie más tiene o una felicitación de año nuevo inesperada que me saca una sonrisa. Como la que he tenido al releer algunos de los mensajes y empaparme de recuerdos.
Son muchas cosas las que hemos vivido, mucho lo que hemos aprendido juntos y aunque ahora estemos cada uno por su lado, él siempre será mi ciento.once.
Gracias.